Seleccionar página

Un zafiro y Tres Hermanos

Relato vivencial sobre una ruta que cruza en packraft la laguna del Inca para coronar una cumbre pequeña y aérea con vista a gigantes andinos como el monte Aconcagua.

Soy el último en inflar el bote, asegurar la carga y zarpar. Con ansias clavo por primera vez mi remo en el agua y me concentro en cada palada como si fuese una caricia. La laguna está en calma, el viento descansa, pero el sol irradia con fuerza su inagotable calor.

Ya a cierta distancia de la orilla me reúno con mis compañeros, uno de los cuales estaba viviendo su primera experiencia a bordo de un packraft. Como un niño con un juguete nuevo, su cara brillaba de felicidad. Remaba de aquí para allá, probando el bote y acostumbrándose a los movimientos con una sonrisa reluciente como el sol que a esa hora de la mañana se alzaba bien arriba sobre las montañas que nos rodeaban.

Junto a la frontera con Argentina, a pasos del complejo fronterizo Los Libertadores, muchos son los turistas que siguen visitando la laguna del Inca (2.800m) una vez que las pistas para esquiar en Portillo han quedado sin nieve. Sin embargo, son muy pocos los que no se conforman con tomarse la típica foto con la laguna y las montañas de fondo para tener una experiencia más profunda y vívida: remar en esas aguas de azul eléctrico en un entorno dominado por gigantes de piedra. Esa es una de las rutas clásicas que ofrece Chile Anfibio, un full day en la laguna del Inca.

Pero nuestro objetivo era ir incluso más allá. La idea era cruzar la laguna con los packrafts, cargarlos en la mochila hasta un campamento base y al día siguiente intentar coronar la cumbre sur del cerro Tres Hermanos, esa misma que no había podido ascender varios años atrás.

Con un peso de poco más de 3 kg., el packraft es un bote inflable y resistente que entrega enormes ventajas debido a su portabilidad. Aquí nos permitiría ahorrarnos una expuesta y sinuosa caminata de cerca de dos horas por el borde poniente de la laguna, aunque quizá lo mejor era que le daba un cariz y una dinámica nueva, distinta, a nuestra aventura. En lugar de caminar cuatro o cinco kilómetros con nuestras pesadas mochilas a cuestas bajo un calor a ratos sofocante, remamos casi sin esfuerzo, disfrutando de cada palada y de la panorámica vista hacia el interior del cajón, con esa icónica figura de los Tres Hermanos. Arriba de nuestros botes, en medio de esa laguna apacible rodeada de altas cumbres, uno parece encontrarse lejos de todo, y a otra escala, donde la estructura del hotel Portillo se vuelve de pronto insignificante, como nosotros mismos en el agua.

Ya cerca del extremo norte de la laguna, un grupo de escuálidos y esqueléticos caballos y mulas resistía a duras penas la sequía que azota a la zona centro de Chile. Al principio incluso nos pareció que uno de estos animales yacía sin vida. Estaba literalmente ahorrando energía, sobreviviendo bajo un sol implacable. Casi sin alternativas para pastar, el foco de estos equinos estaba puesto en una especie de planta acuática que los caballos se rehusaban a compartir, al punto que cada vez que otro animal se acercaba era espantado con un simple, certero y elocuente movimiento. Las mulas lo pagaban caro: cadavéricas, sus huesos parecían querer rajar la atadura de la piel.

Tras comer y tomar un breve descanso, cada uno reordenó su equipo para portar los packrafts y el resto del equipamiento -chalecos salvavidas, remos de cuatro piezas y bolsas secas- en las mochilas. En poco rato ya estábamos caminando hacia el interior del cajón, bordeando un estero por el cual, ya a fines del verano, bajaba muy poca agua. Dejamos atrás la gran explanada junto a la laguna, ganando altura poco a poco bordeando el zigzagueante estero por una pedregosa y difusa huella mientras el sol iba lentamente dando paso a las nubes.

De repente, a la distancia, bien arriba camuflado entre las piedras de una empinada ladera, lo que en principio creímos que era otro caballo resultó ser un guanaco. Después vimos otro, por ahí cerca, y más arriba, merodeando por los contornos de la morrena, nos topamos con una manada de unos diez ejemplares que se alejaron con recelo ante nuestra presencia. Estos contrafuertes cordilleranos son los pocos refugios que le van quedando a esta especie, al menos en esta zona.

Mientras buscábamos -entre tanta piedra y rocas- el mejor lugar para montar el campamento base (a unos 3.100m), poco antes de la morrena y cerca del del estero como para poder obtener agua con facilidad, una profusa llovizna comenzó a caer sobre nosotros. Armar las carpas fue una carrera a contrarreloj para evitar mojarnos en exceso, pero luego de unos minutos ya estábamos refugiados, descansando tras unas tres horas de caminata desde la laguna del Inca. La llovizna cedió ante los últimos rayos de sol que se colaban entre las nubes e iluminaban apenas las cumbres cercanas, regalándonos un arcoiris como antesala de una reponedora cena. Ya de noche, a oscuras, la bóveda estrellada sobre nuestras cabezas nos llevó a viajar por el tiempo.

Una escalera al cielo

Antes del amanecer ya habíamos abandonado el confort del campamento y la calidez de nuestros sacos de dormir para entrar en un trance montaña arriba. El silencio era casi absoluto. Sólo el crujir de las piedras en cada pisada, y de vez en cuando el silbido del viento, parecía interrumpir esa quietud, esa calma tan propia de la cordillera. La oscuridad también era profunda, y la luz de nuestras linternas frontales nos guiaba en la búsqueda de la ruta para subir por una morrena áspera, irregular, que luego se convirtió en un duro acarreo montaña arriba una vez que dejamos el glaciar de roca. A ratos parecíamos confundir el sendero con las huellas de los guanacos. Sin hablar mucho, y en constante movimiento a causa del frío, comenzamos a ganar altura pese al desgaste que comenzaba a evidenciar uno de los integrantes de la cordada.

Pronto la luz del sol comenzó a iluminar los picos de las montañas, pero dado que nuestra ruta transcurría por una ladera occidental ese calor tardaríamos en recibirlo. La altura obligaba a tomarse las cosas con calma, y la empinada pendiente del acarreo aumentaba todavía más la dosis de exigencia sin tener un atisbo del portezuelo. Era una lucha física, pero sobre todo mental. Al abrigo del sol encaramos el último tramo de la ladera, y cerca de cinco horas habían pasado desde que abandonamos el campamento base cuando llegamos al portezuelo que separa la cumbre central de la sur del cerro Tres Hermanos.

Ahí se produjo el primer encuentro cara a cara con el monte Aconcagua, que con sus 6.962m es la montaña más alta de Los Andes. El punto más alto del Hemisferio Sur. El centinela de piedra se elevaba por entre el resto de las cimas reluciendo una nieve todavía fresca mientras unas nubes blancas y gruesas como algodones parecían acariciar su figura. Entre las duras piedras nos desparramamos para descansar, tomar sol y un último aliento para el tramo final hasta la cumbre, que echados allí se veía amenazante.

Seguimos ascendiendo por el filo que se levanta como una escalera al cielo hacia el sur del portezuelo. Tras cada paso, cada metro ganado, el Aconcagua iba cobrando más prominencia en el horizonte. La cercanía de la cumbre hacía olvidar la altura y el acarreo. Avanzamos a paso firme y decidido, sin titubear al momento de enfrentar algunas trepadas por la roca. En eso de una hora ya estábamos hollando la cima, pequeña y aérea, con una expuesta cara este que cae vertical hacia territorio argentino, del que se tiene una vista inabarcable, de texturas y rugosidades coronadas por el techo de América. Y hacia al sur, por allá abajo, como una gema, un zafiro que resalta en medio de un entorno opaco y árido, la laguna del Inca lucía destellante y seductora al cobijo de estas enormes y majestuosas montañas. Esa misma laguna que varias horas después cruzamos en packraft a la carrera bajo los últimos rayos del sol de aquel final del verano.

¿Te gustaría realizar esta ruta?

Contáctanos para guiarte con todos los implementos en esta aventura en pleno corazón de los Andes.

¿Quieres probar por tu propia cuenta? Te arrendamos todo el equipo necesario para que puedas cruzar en packraft la laguna del Inca.

Artículos relacionados

No se encontraron resultados

La página solicitada no pudo encontrarse. Trate de perfeccionar su búsqueda o utilice la navegación para localizar la entrada.